Mientras se unta una mezcla casera de vaselina y óxido de zinc en la cara, César Gregorio Quiroga se va diluyendo y Tapalín entra en escena. La guarida en la que se refugia desde que se desdibujó su figura de la televisión tucumana parece un humilde escenario sin divisorias y con dos niveles que desnudan su austeridad: los sillones, la mesa de comedor con tres sillas, una cama, un televisor y un ropero.
Su matizada voz de radioteatro nos anuncia desde el final de la escalera "bienvenidas a mi boliche". Los 20 escalones que develarán el secreto se hacen interminables. Cuando entramos la luz proviene de dos focos, uno verde y otro rojo.
Cuesta ver en medio de tanta oscuridad, pero divisamos su silueta. Ahí está sentado, de civil y con el traje de lentejuelas rojo y amarillo desplegado hacia uno de los laterales... esperando entrar en acción.
Con un poco más de años (ahora tiene 67) es el mismo que en los 90 visitaba las escuelas, contaba chistes y repartía pollos congelados en su programa en Canal 8. Fueron sus años de apogeo, cuando monopolizaba la actividad payasesca en la provincia. Por esos días la televisión tucumana no importaba grandes novelas, realities ni programas enlatados, y el payaso cordobés (Piñón Fijo) recién hacía sus primeras armas como artista callejero. Pasarían muchos años hasta que su música trascendiera más allá de las sierras.
Su madre lo dio a luz en "El Matrero", un circo criollo, al igual que a sus 11 hermanos (mayores que él). Con el circo familiar recorrían Santa Fe y su padre representaba "Juan Moreira" y otras obras del folclore gauchesco. Como todos sus hermanos dio los primeros pasos sobre una tarima. "No me hice payaso, nací payaso", explica. Un sencillo número sirvió para bautizarlo.
- ¿Cómo es su nombre?- le preguntaba él a su hermano.
- El payaso "sacudile"- respondía.
- ¿Y el apellido?- repreguntaba.
- "Nomás".
Automáticamente, le daba una palmada en la cara y "sacudile" se desplomaba en el suelo. El diálogo terminaba:
- "Usted le mete la tapa a todo. Usted es un Tapalín".
Ese diálogo le valió para toda la vida. De todas formas, sería recién en Tucumán, muchos años después, que le quitaría el polvo para usarlo.
Antes de ser Tapalín fue Carlos Geomar, cantante de boleros. Cuando el circo quebró se fue a probar suerte en Buenos Aires. "Viví a siete cuadras del obelisco", recuerda. Logró audicionar para el sello Phillips y grabó un CD. Después viajó a México y cuenta que cantó junto a Nino Bravo. "Llenaba estadios y en Chile era como Luis Miguel", revela sin vueltas. Pregunta si conocemos su famoso hit "El Loco", que lo llevó a la cima. Y se pone a tararearlo.
Pero de la cima cayó en picada rápidamente cuando después de un año la discográfica decidió castigarlo con el mutismo porque se había quedado un año en México sin dar señales de vida: "me tacharon Phillips y todas las demás". Tan pobre que no le quedó otra que probar suerte con el praliné. Llegó a Tucumán en tren cuando tenía unos 26 años. Sin banda ni reserva de hotel.
Una novia que tenía por esos días en Santa Fe tampoco quiso acompañarlo. "Le parecía que la vida del artista era muy riesgosa, además, yo venía a vender praliné. Después de ella nunca más quise a ninguna mujer en mi vida", dice mientras unas lágrimas corren por su cara blanca de Tapalín.
Nostalgia
Durante la conversación se cuela como muletilla el "¿qué tal yo?". Pareciera que es más fuerte que él. Muchas frases rematan de esa manera.
¿De dónde salió? "Si dijera que es mía mentiría. Cuando comencé a trabajar en LV7 con ?El show de Carlos Geomar? el director venía y me decía: ?¡eh! Geomar yo lo puse a usted en la radio... ¿qué tal yo??".
Cuando tuvo que ponerse el disfraz de payaso para la tele esa frase vino sola, se le coló y no lo abandonó, como asegura que lo hicieron todos los demás.
"¿Sabés cuántas veces me invitaron a un festival en la plaza? Una, durante la campaña política" (fue candidato a concejal durante la campaña de Julio Miranda).
Hoy, recluido en su casa y detrás de los micrófonos de dos radios, clama por un lugar en la pantalla. "Quiero mostrar mi imagen. Con eso diría basta", confiesa. Dice que quienes se decían sus amigos en los 90 ahora ni lo conocen. "No digo que me hayan cerrado las puertas, sino que no me dan cabida", se consuela. Hace referencia al pedido que hizo en Canal 10 para que le cedieran "aunque sea 10 minutos". "No hay espacio", fue la respuesta.
"José (por Alperovich) debería decir: ?Tapalín tiene que estar aunque sea una vez por semana?. No le pido nada más".
Las lágrimas que se dibuja con el delineador no parecen ser exageradas. ¿Será que la vida de payaso dejó de ser graciosa?